◈Ethel Reinsworth~ [ACEPTADA]

Ethel es una chica alta para el promedio de su género (1,76), es de complexión delgada y casi atlética, como una animadora o gimnasta, pues ha formado su cuerpo con los entrenamientos en la Asociación desde temprana edad; pesa 58kgs y su cuerpo es el de una mujer madura. Su cuello es largo y fino, al igual que brazos y piernas, sus dedos también son finos y estéticamente bonitos, de uñas largas y afiladas (ensangrentadas parecen garras (?)). Sin embargo, a pesar de ser fina, se nota que es de músculos firmes y fuertes. Su rostro es de rasgos armoniosos, ojos celeste azulados sensuales y decidores, rayando al filo de lo felino, labios rellenos y sonrosados, nariz pequeña y respingada, pómulos y mentón suaves y ligeramente afilados; es, por tanto, de facciones pequeñas y correctas, sutiles y atractivas. Su cabello rosa es largísimo, llegándole, más o menos, a la altura de las rodillas; en ocasiones lo ondula, lo alisa, lo toma en una coleta, etc. Suele llevar las uñas pintadas de color aguamarina y viste con cualquier clase de ropa que le agrade, no se limita a una sola clase, pues le gusta la originalidad de combinar distintos tipos de prenda con un poco de maquillaje. Tiene un alto control de su cuerpo, no tiembla por cualquier cosa y no demuestra sus nervios fácilmente si no pretende hacerlo, es perfecta en la actuación y no se delata con sencillez, cuando lo hace suele ser intencional, porque algo más se trae entre manos. Sus movimientos suelen ser ágiles y ligeros, en ellos queda un aire felino de elegancia y feminidad que puede percibirse con la vista; sería muy propio de ella hacer uso de este rasgo para infundir temor en su presa de ser necesario, al intentar igualarse con un vampiro, por ejemplo, en aspectos físicos a la hora de pelear. Aunque no lo parezca, tiene su buena cantidad de fuerza y su puntería es excelente, así mismo su manejo de artefactos, herramientas, instrumentos musical y armas de todo tipo es sobresaliente.

Ethel:

Nacida en la ciudad de Saint Albans, al norte de Londres, del matrimonio de Laia y Darren, española e inglés respectivamente. Ambos ya tenían un hijo de cinco años cuando nació Ethel. Lo curioso de su parto, es que la sala en donde fue alumbrada se iluminó con la más hermosa luz del sol y, el detalle negativo, es que nació enferma.

No muchos se enteraron que la muchacha había sido prematura, nacida con apenas cinco meses y medio de gestación. Los médicos no dijeron nada, pues no notaron la situación a excepción de sus padres. El bebé salido del vientre de la madre era tal cual un bebé que hubiera estado sus nueves meses en la matriz. Aquí comenzaron las dudas de los padres, que decidieron mantenerse callados ante cualquier cosa mientras averiguaban.
La bebé era saludable, fuerte y hermosa, sólo había un problema: crecía demasiado rápido. Cuando cumplió un año, ya parecía tener tres física y mentalmente. Hablaba, caminaba y sabía lo mismo que un niño normal de tres añitos. Y, para desconcierto de sus padres, no podían hallar una respuesta de qué le sucedía.

Cuando Ethel cumplió los dos años y parecía de seis o un poco más, empezó a interesarse por distintas cosas como las armas, las leyendas y el ajedrez. Sus posteriores años de vida se resumieron en aprender cientos de cosas y cambiar y cambiar de intereses mientras se formaba. Durante todo ese período, lo más importante para ella fue su papá, a quién amaba y admiraba, pues él le enseñaba formas de pelea, artes marciales y manipulación de distintas armas, para disgusto de su madre, que prefería mantenerla alejada de esas cosas. Por otro lado, Laia enseñaba a la menor cosas de la casa, cómo cantar, cómo tocar instrumentos musicales y, sobre todo, le impulsaba la lectura. De hecho, fue Laia quién se dedicó por completo a que Ethel aprendiera a leer. No fue difícil, ya que la inteligencia de la menor se desarrollaba tan velozmente como su cuerpo, por eso fue el mismo Darren quien se encargó de llenar la habitación de la menor con todo tipo de libros para que aprendiera por sí sola. Así mismo, la relación con su hermano fue buena pues, en ese entonces, eran como gemelos en edad física y mental, y todo fue próspero durante los primeros dos años y medio.

Lo que nadie tenía previsto es que Laia volviera a embarazarse, y que con eso las cosas empeoraran. Nació la tercera hija de los Reinsworth, dejando a la madre muy debilitada tras el parto. Nada parecía fuera de lo normal, y nadie esperaba que dicho cuento de hadas se desmoronara por completo.

Un día llegó una extraña carta dirigida a Darren. Luego de leerla, tuvo una fuerte discusión con Laia. Ethel y su hermano se quedaron aparte, con la bebé. Entre todo el concierto de gritos y llanteríos, Ethel y su hermana se miraron largamente. La mayor examinó a la menor con ojo clínico, y no le pasaron desapercibida ciertas diferencias. Los ojos de la bebé enfocaban perfectamente para tener apenas un mes, sus movimientos no eran al azar, sus ojos no poseían las mismas tonalidades azul turquesa que tenían todos en la familia (Darren tenía los ojos azules -al igual que Ethel- y Laia, verde pardo como los de Bastien) sino que eran más bien un marrón rojizo con matices de un profundo color vino. En general, ella no se comportaba como una bebé normal. Sus padres estaban demasiado distraídos para percatarse de eso, pero Ethel no dijo nada y decidió aguardar.
Con el paso de los meses, las cartas seguían llegando y las cosas sólo se ponían peor entre el matrimonio, siendo los niños los que absorbían toda la energía negativa. Además, la bebé era cada vez más extraña a medida que crecía, manipulando de una forma casi natural (en un niño) a sus padres: muchas veces lloraba cuando alguno de sus hermanos se le acercaba, al punto de hacer que los padres muchas veces les dejaran de lado por atender a la menor de todos.
Ethel, quien ya alcanzaba los cuatro años cronológicos (doce físico-mentales), comenzaba a sospechar la respuesta en su imaginación de niña. Odiaba a la bebé por alejarla de su padre y hacer que peleara con su madre, odiaba las cartas que llegaban y odiaba a la persona que las traía. Porque sí, ella sabía quién las traía, lo había visto venir varias veces. Vino el día en que todo estalló.

Darren leyó la peor de las cartas, avisándole que su hijo mayor no era su hijo en verdad, sino la aventura de su mujer. Él, desesperado, no supo qué hacer además de hablarlo con Laia, quién se ofendió y no quiso hablar más con él. Pasaron un par de días de insistencia hasta que ella, hastiada con todo, le escupió a su marido en la cara que, efectivamente, no era hijo suyo. Lo que Laia se guardó para sí era el nombre del verdadero padre, y se largó de la casa dejando a un herido Darren con dos hijos y un monstruo.

Ethel amaba a su padre y a su hermano, fue por eso que ella, en solitario y en silencio, decidió moverse. Le avisó a Bastien que tuviera cuidado con la pequeña Carly, pues sabía que algo había mal con ella y cada noche, mientras Darren dormía, salía a investigar qué sucedía. Muchas veces se encontró con la espeluznante imagen de Carly observándola a través de la ventana cuando la infante apenas bordeaba el año de vida. Ella nunca dijo nada, no se relacionaba con la menor y aguantaba cada regaño que su padre le daba por ser tan “hostil” con su hermana.

Fue una noche en que ella caminaba de regreso a su casa cuando pasó cerca de ella una mujer corriendo a toda velocidad, parecía asustada de muerte y fue por eso que Ethel la siguió de lejos, mera curiosidad. En la esquina, una sombra le salió de la nada y la empujó contra la pared, estampándola en ella. Ethel se escondió donde pudo pues notó que la situación era más peligrosa de lo que creyó y se mantuvo ahí a la espera de poder irse. Lo que no esperaba era que la mujer en peligro fuera su madre, siendo acosada por el hombre de las cartas con voz gutural que le exigía regresar a su casa y llevarle su “vástago” de regreso, o su sierva acabaría con todos en la casa. Ethel supo de inmediato que hablaba de Bastien y Carly en su idioma. Ella tomó la decisión de proteger a cualquier precio a su hermano y su padre cuando su mamá, con lágrimas en los ojos, se comprometió a regresar. Dos días después, Laia estaba ahí.

Darren se negaba a dejarla regresar, pero Carly lloriqueaba al ver a su mamá, estirándole los brazos para que la cargara. Nadie más insistía, sólo Bastien se contenía y Ethel no sabía como proceder: amaba a su madre, pero la odiaba por lo que le había hecho a su padre y a ellos. Esto no le pasó desapercibido a Laia, quien le preguntó a los niños qué les sucedía. Bastien se sinceró con ella entre borboteos de lágrimas y gemidos rotos. Ethel no pudo, pero vio a su madre llorar junto a Bastien: Laia había decidido irse ahora mismo, porque “no quería hacerles más daño” Se despidió de Darren y se preparó para salir, lo que nadie notó es que Carly se paraba a la perfección sobre sus pies y bloqueaba la salida con un gesto espantoso en sus ojos. Afuera habían más sombras camuflándose en la oscuridad, al acecho. Ethel fue la única que lo vio venir y corrió a buscar armas, le lanzó una a su desconcertado padre y no perdió tiempo en esconder a Bastien lejos de Carly.

Un hombre entró a la casa, Ethel lo reconoció de inmediato, y se puso a conversar con ellos. Les contó que Bastien era su hijo y lo quería de vuelta, aunque -supuestamente- no fuese un vampiro. Dijo que Carly era también su hija, pero no de Laia: dijo que, al nacer Carly, la había secuestrado y había puesto a su hija en el lugar de ella. Dijo que había bebido toda la sangre de Carly. Ethel comprendió, Darren se hizo trizas, Laia reaccionó. Se lanzó sobre el vampiro, que la apartó de sí con un solo manotazo. Ella miró a su marido por ayuda, pero él sólo le devolvió una mirada de desprecio y se lanzó contra el vampiro para defender a sus dos hijos. Más vampiros llegaron desde fuera para protegerlo, y en medio de la distracción, Ethel hizo un inesperado movimiento: en vez de huir, estiró una yari y partió a su hermana por la mitad, para el espanto del vampiro y su séquito. Ella había aprendido sobre vampiros en sus noches de investigación, así que, luego de cortarla a la mitad, le desprendió la cabeza y le prendió fuego, hecho que hizo retroceder a varios vampiros, alarmados por el fuego. Luego de un rato, el cuerpo de Carly se desvaneció en partículas de polvo que avivaron el fuego.

Darren seguía peleando, nadie tomaba en cuenta a Laia y Bastien estaba a salvo. Pero la pelea se tornaba peor, Ethel no era una enorme ayuda para Darren, quien se vio superado con creces en número y no pudo brindar la protección adecuada. Lo mismo Ethel, quien no pudo proteger el camino hacia su hermano y, entre varios vampiros, lo trajeron frente a su superior. Ni padre ni hija iban a permitir que se lo llevaran, por lo que se enzarzaron juntos en una violenta pelea, donde ella fue maltratada y su padre, herido de forma mortal. Él, antes de dar su último aliento, le pidió a Ethel que no permitiera que se llevaran a Bastien y que ella se cuidara mucho ahora que él no iba a estar. Murió, Ethel no lloró, y cuando su madre se acercó anegada en lágrimas al cuerpo de su marido, la pelirrosa tomó el puñal del pantalón de su padre y se lo clavó a su madre, acusándola de ser la causante de todos sus problemas. El fuego se había extendido por toda la casa, así que los vampiros ya habían emprendido la marcha de regreso con su trofeo cuando ella se preparó para salir. Fría como una roca, se fue sin mirar atrás en busca de su hermano. Cuando divisó al grupo de vampiros, metros más allá, comenzó a gritarles fingiéndose destrozada en llanto. Le pidió al vampiro mayor que si no iban a dejar que su hermano se quedara, ella quería ir con él. El vampiro aceptó mirando a Ethel con gesto libertino, puso a Bastien en el suelo y los llevó a ambos de las manos. Cuando llegaron a su destino, Ethel ya había decidido lo que haría.

En el mínimo descuido del vampiro, ella se arrojó a abrazar a su hermano, le murmuró que lo amaba y le pidió perdón, tan rápido que, para cuando todos quisieron darse cuenta, el pequeño Bastien había dejado de respirar. No es que ella fuera más rápida que un grupo de vampiros, sino que fue demasiado repentino y confuso para desatar una reacción. Bastien había muerto de mano de su hermana, quien le había apuñalado con tal de que no se lo llevaran los vampiros. Trató de huir, pero fue inútil: el vampiro, hinchado de ira, ordenó que la llevasen a la habitación de torturas, donde estuvo encerrada por un tiempo indeterminado sufriendo malos tratos, abusos, violaciones, torturas, etc. Todos se cuidaron de no morderla, pero le obligaban a beber sangre de vampiro, porque sabían que le asqueaba sobremanera, al punto de hacerla vomitar cada vez que la acercaban a su nariz. El vampiro pretendió hacerla su experimento para procrear sin conocimiento alguno de la condición de Ethel, que ella tenía mucha menos edad de la que aparentaba. Fue el punto fulminante de todo: no sabía cómo lo haría, pero tendría que escapar.

Afuera, había un bullicio terrible. Su confirmación llegó cuando la sólida puerta de su prisión voló y entró un hombre de mediana estatura con un arma en una mano y una cabeza cortada en la otra. Le ordenó que se fuera de allí inmediatamente, y ella, en shock, sólo atinó a correr.



Al otro día, despertó en una cómoda cama, limpia y con desayuno a su lado.
Todo parecía ir bien, le dijeron que estaba en las inmediaciones de la Asociación de Cazadores de Vampiros de Inglaterra y que estaba a salvo. Las cosas parecían mejorar, o eso le pareció cuando la sometieron a interrogatorio y la hicieron revivir todo lo que había pasado. Tampoco le creyeron cuando dijo que pronto cumpliría cinco años. Fueron tanto lo que no pudieron responder, que llamaron a los cazadores japoneses para que se la llevaran a la casa central y la investigaran. Ella simplemente se fue con ellos, no tenía a donde regresar.
Allá en Japón confesó haber matado a su madre y a sus hermanos, sus razones y todo lo que había sucedido. Lo que nunca se pudo contestar era por qué crecía tan rápido.
Ethel se quedó a vivir entre los cazadores, que se lo permitieron al ver las estupendas habilidades que la niña poseía no sólo con las armas, sino en muchas otras cosas más. Ahí la vistieron, la alimentaron, la educaron, la entrenaron… y le contaron que su padre era un ex cazador que, en sus tiempos de servicio, había arrasado todo el clan del vampiro B que la había raptado. Dio la casualidad de que se enteró que Darren se había casado con Laia y la sedujo para hacerla concebir y tenderle una trampa a Darren. Laia estaba demasiado aterrada para decir algo y todo se había alargado mucho, por eso Carly había salido al juego. La Carly original sí era su hermana, pero el reemplazo que habían puesto en su lugar no lo era. ¿Qué podía hacer Ethel ante esta información? Aceptarla con la cabeza en alto y seguir adelante: ella hizo lo que debía para proteger a su padre y su hermano, Laia merecía la muerte, por eso la mató a sangre fría. Aprovechó la Asociación a todo lo que pudo y estuvo en ella cuando cumplió los siete años, entonces, su cuerpo dejó de desarrollarse al alcanzar los veinte años. Era una chica sin duda inteligente, talentosa, con destreza y culta, así como era fría y de una honestidad brutal. Ahora, todos se sorprendieron de que su cuerpo no siguiera creciendo, aunque su mente seguía expandiéndose. Ascendió posiciones dentro de los mismos cazadores de acuerdo a su mérito, su desempeño y su trabajo. Curiosamente, durante ese tiempo salió en la investigación de nuevas formas de forjar armas para darle más propiedades y más efectividad contra los vampiros. Fue entonces cuando ella, en una especie de experimento, entregó su sangre, un poco de cabello y algo de piel (sí, piel) para forjar un arma que resultó traer consigo el poder de la luz, dándole una personalidad propia a la Yari. El herrero se sorprendió con el resultado, diciendo que aquí estaba el futuro de las armas antivampiros. Ethel era una revelación por ese tiempo, todos estaban contentos con ella, y ella se sentía bien, pero de manera secreta comenzó a agradarle la sangre y matar no era en absoluto un problema para ella.

Cuando cumplió trece años, decidió volver a Inglaterra con un propósito claro… y oculto. Ubicó al vampiro B por sus propios medios, pues en la Asociación le habían enseñado muy bien, y salió a su encuentro en silencio y a solas. Le encontró en una de esas vueltas y lo enfrentó de inmediato, como era de esperar, no andaba solo, pero Ethel se la arregló para eliminar seis vampiros ella sola y dejó al B vivo. Hizo malabares para acabar con toda su descendencia en un mes y el resto de su clan en otro. Al final de dos meses, Ethel fue a buscarlo nuevamente. Se divirtió viendo a su presa sufrir por el miedo, un arrogante vampiro de su talla jamás pensó en verse acorralado por una simple humanucha, pero él recordó quién era ella y lo que él había hecho. Ella, cegada en su ira, no alargó más el asunto y le dio muerte, la ansiada muerte y el cobro de todo. Estaban a mano, ella era libre de su pasado, podía seguir. Nunca se había sentido más libre y en paz consigo misma.


Todo había quedado atrás, y eso sentía cuando abandonó los restos quemados de su casa. Había dejado allí flores para su padre y su hermano, le costaba trabajo creer que los restos del incendio aún no hubiesen sido limpiados. Se paseó entre los escombros recordando sus días felices junto a su familia, fue apenas en ese instante cuando dejó salir todo el dolor y el llanto que contuvo durante tantos años. Se había ido siendo, técnicamente, una niña y había vuelto, técnicamente, como una joven madura. Decidió que todo debía quedar sepultado, que sólo conservaría los buenos recuerdos con su familia: el pasado, pisado.

Se apresuró a irse de su antigua casa, prometiendo no volver allí, pero algo le llamó la atención: más allá, entre otro grupo de escombros, había una figura humanoide vigilándola. No perdió tiempo en perseguirla, pero huyó a velocidad sobrehumana antes de poder alcanzarla. Pero, tras de sí, dejó un sobre dirigido “a la última Reinsworth” y todo lo que decía el papel dentro del sobre era “Carly está viva.” La ojiazulada quedó en trance, no podía entenderlo todo de inmediato, no sabía si se refería al a Carly real o su impostora. Tampoco comprendía la paradoja que se generaba con la carta, pues si la Carly real estaba viva, ya no era la única Reinsworth. No lo comprendió, pero trató de seguir la pista del personaje aparecido, y no la condujo a nada. Sintiéndose extraña, regresó al edificio de la Asociación en Londres, estuvo un mes allí y nadie volvió a contactarla para decir alguna sandez sobre su familia muerta: ella había oído de manos del vampiro que Carly había sido devorada por él. Cuando se cumplió un mes de recibida esa carta, decidió que era tiempo de dar vuelta la página y regresó a su hogar, a Japón con los cazadores.

En su condición de huérfana e hija de cazador, Ethel vivió en la Asociación durante varios años a sabiendas de que aquel lugar no era pensión y quiso irse, pero el dinero que ganaba cantando en locales nocturnos no le era suficiente para alquilar algún apartamento. Luego de tantos intentos por independizarse de manera total, como mujer sola, emancipada y adulta en todo sentido, en la Asociación le informaron que Darren Reinsworth poseía títulos de bienes económicos y había dejado una buena herencia a sus hijos, pero ella era la única viva de su línea hereditaria, por lo que sería la única que podría reclamar los bienes de su padre. Cuando su edad cronológica alcanzó semejanza con su edad física y pudo dejar de mentir sobre la misma y hacer a un lado las identificaciones falsas, hizo los papeles para reclamar la herencia de los Reinsworth y se compró un apartamento al gusto de ella. Por suerte, los bienes dejados por su padre fueron los suficientes para equivaler en dinero el precio del apartamento. Lo poco que le sobró lo depositó en una cuenta bancaria japonesa. Estaba establecida con casa, trabajo esporádico y su oficio más amado: ser cazadora y logística investigativa en la Asociación.

Así fue desarrollándose su vida, hasta que Ethel cumplió sus 19 años entre los cazadores, siendo condecorada con un nivel S. Le habían ofrecido el puesto de Inquisidora, pero lo rechazó porque no quería más responsabilidades, estaba bien así. Jamás, desde el día en que quedó sola, había estado mejor. Había tejido relaciones, forjado una vida y dejado atrás todo lo que vivió. Pero su pasado volvió a acosarla cuando, un mes exacto luego de su 19 cumpleaños, una carta llegó a ella de forma extraña y sin intermediarios, dejada en un local donde solía cantar por las noches en la bandeja de propinas de una mesera. La carta decía que Carly, la real, estaba viva y estaba con quien había enviado el mensaje. Si quería verla, Ethel debía ir a cierto lugar en una determinada hora de la noche, la prevenían de ir acompañada, pero no decía nada de ir sin armas. Sin embargo, ella no fue tan cautelosa como para imaginar que no habrían armas en el mundo para combatir lo que le esperaba.

Allí la fueron a buscar y la llevaron a un lugar con los ojos vendados. La soltaron en una habitación oscura donde, difícilmente, podía distinguir la silueta de unas diez personas sentadas alrededor de las paredes cubiertos en capuchas negras. Quien la había llevado ahí se retiró a un lugar aparte y se quedó observando la escena en donde su rostro no pudiera ser visto. Le dieron la bienvenida a ese lugar y le contaron que era la invitada de honor a su reunión con voces expectantes y burlonas. Ella preguntó cual era el motivo de traerla aquí y si lo de su hermana era una mentira para atraerla. Ellos casi le dieron la razón en su segundo postulado, sólo por una cos: Carly Reinsworth sí estaba viva, y estaba siendo custodiada por uno de ellos, si Ethel quería verla, debería pasar por una pequeña prueba. Ella no lo creyó, y atacó a quien le hablaba, pero algo le hizo retroceder, y supo que varios de los presentes tenían poderes intangibles que le jugarían en su contra. Reducirla fue sencillo entre tantos y resistirse sólo la hizo desfallecer, para comprobarle que lo que decían era cierto y sólo querían una cosa de ella a cambio, mandaron a traer a una niña totalmente cubierta, a la cual sólo se le veían los ojos: la pelirrosa reconoció en ella los ojos de su padre, los mismos de ella, y no pudo más. Se vino a negro. Algo tuvo que haberle sucedido luego, pero ella no lo recuerda. El caso es que ha notado que algunas cosas han cambiado en ella y ahora, luego de varios meses de ese suceso, duda si la chica que vio allí era su verdadera hermana. Cree que fue una trampa para que ella hiciera algo, lo que no sabe es qué ni para qué. En cambio, ha decidido mantenerse pasiva mientras tanto y aguardar por si algo más sucediera.

Actualmente, se halla tranquila en la Asociación y es una de las principales que presta ayuda a la Academia Cross tras un misterioso asesinato. Por ahora, su única preocupación es hacer bien su trabajo y ayudar a sus compañeros y la Academia.

"Durante la noche, todos los vampiros son pardos~"
Dobreva para SC